Ya no le quiero, es cierto, pero cuánto le quise.
Tal vez alguna vez hayas sentido ese temblor dentro de
ti. Ese conjunto de tambores y trompetas sonando en ti. Temblando como si de
una descarga eléctrica se tratase, como si te fuesen a pegar la paliza de tu
vida. Destruyéndote por dentro; expulsando miles de suspiros a toda prisa, sin
parar. Sin tranquilizarte.
Tal vez hayas pasado de aquellas comidas porque no
fuiste capaz de desenredar el nudo de tu garganta. Tal vez, y solo tal vez,
sepas lo que se sienta al no querer salir de la cama. No salir a la realidad,
quedarte allí hasta que el tiempo actué en tu corazón dejando todo de lado. Sin
embargo, ni el tiempo es milagroso ni tus sentimientos se borraran pulsando
“escape”.
Lo único que ocurrirá; lo único que me ocurrió, fue que
terminé perdiéndome yo misma. Me terminé olvidando de mi sonrisa, de mi risa y
mis ganas de ser yo misma, de quererme y mimarme cada mañana con una buena
ducha de agua caliente, con una buena dosis de café.
Los temblores eran testigos directos de un amor atroz.
Un amor insostenible, un amor que terminaría con mis ganas de ser yo. Y así
fue, aunque parezca dramático. Tiré a la basura meses de mi vida. La montaña de
apuntes cada vez era más y más alta. No sabía qué hacer, como terminar con
aquella sensación de una nada aún presente.
Mi mente jugaba con mi corazón a intercambiar
esperanzas por recuerdos. Me llegué a dormir planeando miles de paseos
nocturnos; miles de desayunos con aroma a ti, a tu piel. Ciertamente me
avergüenzo y mucho de mi comportamiento. Pero supongo que el amor es así de
extremista.
Nunca nos dejará pegar ojo, ni comer, ni dejar de
soñar, de imaginar con un presente, futuro o lo que toque. Debo hacerte saber
que si nunca has llegado a sentir este estruendo en el interior de tu pecho
nunca me llegarás a comprender aunque lo intentes. Ya que, nunca habrás estado
realmente enamorado.
Y sí, tengo suerte. Yo estuve enamorada de alguien de
preciosa sonrisa.
Sin hablar del resto de sus defectos. Resulta que
cuando caes en picado en brazos del amor no solo te llaman la atención sus
bonitos ojos color café. Ni su perfume de marca. Para nada, todo lo contrario.
Amas sus tardancias, sus impuntualidades; las mismas que hacen que tus pies se
congelen de frío, entre la lluvia, esperando en aquella esquina de la séptima
avenida. O sus días solitarios en los que aunque le escribas un millón de
mensajes no te contestará.
Esas cosas, los defectos. Es lo que hace verdadero el
amor.
Si amas sus defectos, estás perdido; estás cayendo en
picado.
Pero como nada dura para siempre, esto también se
terminó esfumando. Caducando de alguna manera. Y ya, ya no están ni las ganas
de escribir ni de pensar en él.
Aunque podría haber sido una bonita historia de amor.
De amor puro y duro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario