Puede que no sonrías todo lo que podrías
sonreír al día.
Yo, tampoco sonrío todo lo que me recetó el
médico. Y verás no me va tan mal. Supongo que me acostumbré a tener que
compartir mi vida con la vieja mala suerte. En tenerte presente cada viernes,
sábado, domingo y el resto de días de la semana.
Bueno, menos los martes.
Los martes son míos. Sólo míos.
Los disfruto creyendo que te va mal.
Cada martes me miro al espejo y, es raro, pero
me reconozco. Al lavarme la cara, levanto la cabeza con cuidado por el miedo
que me da no encontrarme en el reflejo. Caliento mis manos en el café.
Alrededor de la taza caliente de café. Ahí, me suelo acordar de ti, pero bueno
hago como que no te he visto pasar por mi mente y bajo la mirada. Soplo y pego
otro trago al rico y espumoso café. Mi capuchino. Mi martes.
Cojo mi bufanda y abrigo, y salgo a pasear por
la plaza. Cambio de acera para dejar lejos tu portal. Aunque hoy sea martes me
apetece verte. Sigo adelante. Respiro. Suspiro. Pienso en todo el tiempo que
llevo invirtiendo en ti y me resulta fascinante. Increíble. ¡Qué de minutos y
momentos he perdido!
Mi fallo, mi gran fallo no fue conocerte. Ni
haberte besado, ni haber vuelto a besar. Ni haberme enamorado de ti al final.
No. Mi fallo fue creer que para sonreír se necesitaban dos. Dos personas. Una
que fuese la acción y otra la reacción. Tú mi acción; yo tu reacción. Tú el “quédate, quédate conmigo”
y yo la sonrisa.
Mi fallo fue darte el único día de la semana que no era tuyo.
Mi fallo comenzó el martes que escribí sobre ti creyendo que aún era lunes.
¿Quieres más?
Cuando puedas pásate por mi blog, estás nominada a un premio!!! ^^
ResponderEliminarUn beso! ;)
http://myworldlai.blogspot.com.es/