No hay nada. Absolutamente nada que dure lo suficiente. Un
largo período de días nos esperaban. Días normales, cada uno con sus 24h de
siempre, con su día y su noche. Sus locas y somnolientas mañanas llenas de
risas afónicas. Visitas que podías llegar a odiar o adorar. Maquillajes
corridos, pijamas mal puestos, ojos a medio abrir. Algunas jugaban a no
abrirlos, jugaban a que su sueño y su memoria los guiasen por aquella amplia
recepción del hotel. Miedo me daban. Demasiadas sillas y escalones de por medio
hasta el comedor. Era normal que alguna se durmiese mientras los demás
intercambiábamos hazañas de aquella primera noche que tan hondo nos llegó.
Chicos nuevos, muchos guiris. Una larga lista de experiencias recientes,
completamente nuevas que corrían rápidamente por nuestras bocas y oídos. De
boca en boca. Risas. Gritos. Todas transmitían lo mismo: ALEGRÍA. Y para que negar lo, la falta de sueño
mezclada con algo de resaca también realizaba acto de presencia a esas horas de
la mañana, en aquella larga mesa que soportaba a once chicos hambrientos.
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