Cada día estoy más segura de que no pude salvarme de aquel vaso de agua.
Un vaso de agua que veía medio
lleno,
Con unos 250ml de agua.
Tú lo veías tan vacío desde tus
ideas.
Me dejaste de mirar, de vigilar;
Era imposible que mi sonrisa
fuese a morir esa misma tarde.
Imposible sí, pero nadie dijo
improbable.
Y así fue. Murió.
Desapareció.
No la volviste a ver, ni a tocar.
Se ahogó entre 250ml.
Morí.
-Esta señorita murió por falta de oxígeno,
tiene los pulmones encharcados, llenos de agua.
-Pero eso,
eso no es posible doctor.
Ese vaso
estaba vacío.
Vacío.
Sí, estaba vacío aquel vaso de
cristal que tenía delante.
Ese cristal por el que te pude
observar sin que nadie se diese cuenta.
Ni si quiera tú.
Esa tarde estabas muy guapo, muy
feliz, sin mí.
Demasiado.
Sin mí.
Y claro, me dio por escuchar a
mis pájaros.
Por cerrar los ojos y echar un
ojo a nuestros recuerdos.
Nuestros recuerdos,
ya más míos que
tuyos.
(Qué cierto, y como
dolía que así fuese.)
Y claro, empezaron a sumarse las
lágrimas en mi mente.
Empecé a llorar por dentro un
poco más fuerte.
A llorar un poco como nunca.
Y me ahogué.
Dejé de suspirar, dejé de sentirme
húmeda.
Por un momento pensé que había
gastado mis lágrimas,
y que ahora, no me quedaría más
que sonreír.
Pero no.
Resulta que mi sonrisa también se
ahogó.
La encontré en mis pulmones desteñida
por el agua.
Arrugada.
Por las lágrimas.
Por habérmelas guardado tan
adentro, tan para mí.
Cuando
en realidad eran más tuyas que mías.